martes, 4 de septiembre de 2012

Elección 2012: El odio y la resignación.






El capítulo de la elección está oficialmente cerrado. 






Hace meses anticipé que ésta sería una Elección Fallida, debido a los vicios de origen que la antecedieron. Y si bien no había considerado otros elementos como que eliminaron causales de nulidad como topes de campaña y compra de votos,  desgraciadamente no me equivoqué.

Pero creo que hubo algunos avances que no hay que ignorar:

  • El Presidente y su Gobierno no intervinieron en las campañas, como sucedió la elección pasada. 
  • El nivel de participación ciudadana fue el más alto desde 1994. 
  • Durante la campaña oficial –resalto-, hubo una mayor equidad de tiempos y cobertura en medios electrónicos. 
  • La jornada electoral fue la más vigilada y transparente de la historia. Cometer un fraude electoral de gran escala a la vieja usanza en casillas, boletas, actas o computo distrital a nivel IFE era prácticamente imposible.
  • El movimiento estudiantil #yosoy132, que elevó el debate político, rompió la inercia de la campaña e introdujo la participación ciudadana al proceso electoral. 

Hoy confirmamos lo que muchos analistas dijeron en su momento: La Ley Electoral aprobada en el 2007 era un traje a la medida del PRI.

Convirtió al IFE en un censor de medios que restringió la libertad de expresión y el debate de ideas. Esto lo distrajo de su verdadera función de arbitro: Auditar, fiscalizar y vigilar las campañas electorales para evitar que la coacción o el dinero fueran el fiel de la balanza en la elección. 

Es por eso que repartir tarjetas de monedero electrónico es considerada “propaganda valida”. Es por eso que no se molestan siquiera en investigar a fondo si se rebasaron los topes de campaña, de probarse lo único que amerita es una multa y un regaño.

Tampoco pudo evitar que la competencia real se diera fuera de los tiempos de campaña. Es por eso que las televisoras pueden realizar acuerdos de campaña y promoción de candidatos a discreción y fuera de la supervisión electoral. El otorgar spots gratuitos a los partidos no le quitó poder a las televisoras, todo lo contrario, aumentó el valor de sus espacios editoriales que privilegiaron al candidato ganador.


Por lo tanto no hubo nada que se interpusiera a la legendaria Aplanadora Priísta, que trabajó a toda capacidad este año. 


En cuanto a la avalancha de spots gratuitos que inundo los hogares del pais solo eran mercadotecnia hueca que repetía al cansancio promesas ambiguas y frases trilladas. Los debates televisivos fueron rígidos, aburridos en los que solo reiteraban los mensajes de los spots, al grado que todos parecían prometer lo mismo.

Al final no fueron las ideas ni las promesas ni las plataformas políticas lo que definieron la elección sino los sentimientos que inspiraban los candidatos. 

Gabriel Quadri despertaba indiferencia y en menor grado desprecio de quienes veían en él un títere del proyecto político de Elba Esther Gordillo. Josefina Vázquez Mota fue depositaria de la decepción panista, de la desastrosa administración calderonista -de la cual no se deslindó ni en defensa propia- y una campaña accidentada que no supo definirse.

Por lo tanto fue un duelo de dos: López Obrador y Peña Nieto. 

Ambos tuvieron buenas campañas. Ambos eran muy malos candidatos. Ambos tenían una cantidad de negativos bastante amplio. Ninguno gozaba de amplia credibilidad. Ninguno representaba una propuesta moderna o innovadora. Ninguno terminaba convenciendo a nadie.

Ambos inspiraban dos sentimientos: Odio y Resignación.  

Al final, tanto el votante común como el analista político recurrió a estos sentimientos para tomar su decisión. La frase recurrente era “El candidato ____________ no me convence, pero votaré por él con tal de que ________________ no gane.”

Un duelo de odios.

Y por cada acusación de un bando había una larga lista de replicas y contrareplicas del otro. Ambos candidatos, ambos partidos, tenían una cantidad de pasivos que no podían ignorarse. El reto del votante informado era definir cual era de los dos el mal menor y resignarse a votar por el "menos pior".

Esto fue un problema para mí, pues yo no creo que esto sea un criterio para elegir un candidato. Yo pienso que las propuestas, las ideas y la congruencia entre la gestión y los mensajes deben ser lo que haga a una ciudadanía decidir.

Yo simplemente no podía decidir entre estas dos opciones (al final, como vieron, termine optando por ninguna).Una cosa es aceptar el mal o la mediocridad como una fuerza de la naturaleza y otra es resignarme a elegir entre una u otra.

Y la vida es demasiado corta para odiar a alguien. 

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Al final la lógica termino imponiéndose. 

El candidato ganador fue el que tuvo más recursos, mas promoción, menos negativos, menos errores en campaña, mas presencia a nivel nacional y un aparato electoral mayor.

El candidato perdedor, fiel a su tradición, desconoce su triunfo y sigue su campaña mediática. Apostando por reventar la Presidencia del ganador y mantenerse en la agenda nacional a toda costa.

Y está bien protestar por no contar con elecciones más equitativas, lo contrario sería resignarse. Pero estas protestas deben estar presentes al momento de discutir la próxima Ley Electoral. No sirven de mucho al final de la elección donde participan los partidos que aprobaron la anterior y accedieron con gusto a competir bajo ella.

Ni mucho menos dejarse llevar por el odio y pensar que una revolución es la manera con la que se puede derrotar un gobierno que emanó de…pues… una revolución

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